Sobre todas aquellas cosas que ocurren en un museo.

Fui hace tiempo al Musée d’Orsay. No fue el primero que visité en mi llegada a París y siento que me hubiera demorado más si no fuera por las súplicas de Suyapita el finde que vino a verme. Estuvimos cuatro horas dentro y el tiempo aún así pasó volando. Me sorprendió al entrar la infraestructura, pues ya conocía que era una estación pero al entrar comprendí. Siento cierta atracción hacia los trenes, hacia las estaciones, por aquello de ese trajín constante de un ir y venir siempre diferente, por los motivos que mueven a los seres humanos a viajar (la curiosidad, el amor, la huida, el miedo). Así que ahí me quedé al entrar, intentando imaginar cómo hubiera sido antaño. No se me ocurrió mejor lugar entonces para un museo, por eso de que allí, entre sus paredes, el tiempo se detiene o jamás ha existido. 

Tras ver todas las salas, esculturas y cuadros (me faltó Degas pero porque espero volver con mi Tía Tatiana, uno de mis libros favoritos es aquel que me regalaste de pequeña que  contaba  a través de sus cuadros la historia de una bailarina, ¿recuerdas?) me senté mientras esperaba a que acabaran de ver el resto mis acompañantes. Suelo perderme en los museos pues siento una incesante necesidad de estar sola, de hablar cara a cara con lo que se encuentra ante mis ojos. Así que encontré un banco en la sala principal vacío y allí me quedé, observando. Pude ver una cantidad ingente de turistas, como yo. De estudiantes que dibujaban esculturas, pasatiempo que me fascina, una mujer que estuvo esperando un cuarto de hora a un profesor que por lo que escuché le enseñaba todos los sábados una sala diferente y una imagen que me cautivó y por la que por tanto escribo. La fuente de inspiración suele estar siempre delante de nuestros ojos. 

La escena era profundamente normal, calificarían algunos. Una madre grabando a su hija saltar dos escalones. Repitieron la escena varias veces. La niña desfilaba cual modelo por la galería, sonreía, lanzaba besos al aire, cogía carrerilla para su gran salto. La madre, orgullosísima, instaba a su pequeña a repetir la actuación de nuevo cada vez que terminaba. En la última de ellas, se acercó a su madre, volteo la cámara y le dio un beso.

Pensé, tan lejos de casa y de mi madre, que la pequeña, de unos seis años calculaba yo, no recordaría con los años el Museo, y se vería instada a volver. O no, qué se yo. Pero siempre mantendría ese video consigo, para recordar que estuvo allí, o lo que  es muchísimo más importante, para poder escuchar las palabras de su madre, sentir el querer que recibió aquel día, aquel beso de eterna inmortalidad. Nada nos salva si no es el amor. 

La dignidad de cada uno son sus recuerdos, dijo cierto día el Pianista del Sheraton. Aquella niña entonces, tiene mucha suerte. Y a la suerte yo le escribo.

4 comentarios en “Sobre todas aquellas cosas que ocurren en un museo.

  1. Qué maravilla Flavia!!!
    Me ha encantado una vez más, cómo todo lo que escribes. Esta vez además, tu voz me ha llenado de nostalgia. Porque tú estás este año fuera, porque yo estoy ahora a miles de kilómetros, y siento lo lejos que estamos!!.
    Porque hablas, con ese tono tan lánguido y cautivador, del que observa en un museo llegando incluso a perder la noción del tiempo, que no puedo dejar de verme a mi misma reflejada. Y te veo a ti.
    En realidad, tal como tú misma te has dibujado. De tu museo d’Orsay…..al mío particular: y aquí me llega una imagen tuya de un autorretrato que acabas de pintar. Una chica muy inteligente y sensible, observa a una niñita (que también pudiste ser tú), que feliz, besa a su madre al acabar con éxito una grabación…, y todo eso le hace a la joven recordar a la suya (maravillosa por cierto, en la foto que encabeza tu relato)!!!
    Y así, como en un reflejo familiar de mil espejos superpuestos e infinitos, consigues que yo una vez más recuerde, que también yo me acuerdo cada día de la mía.
    Gracias por escribir así, con tanto sentimiento y profundidad, y con tanto amor, …de ese que salva!!

    Ahhh y siento un subidón enorme al pensar que cuando Suyapa ha ido a verte, teniendo sólo un finde, una de las cosas que hicisteis fue pasaros
    cuatro horas en el museo. Olé ahí mis niñas!!!!

    Querida Flavia, cuenta con ello!!! Iremos y disfrutaremos (hasta el cielo y más allá!!).
    Ya estoy deseando verte!!!!

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  2. Flaviuca, una vez más nos emocionas y sorprendes con tus letras, me encanta la cadencia del relato, la originalidad y sobre todo el amor que destila, te retrata!!!!

    Me ha gustado muchísimo el nexo de unión de esa niña contigo y de su madre con la tuya, la necesidad de esa “soledad” disfrutando del momento para que nada te distraiga……

    PRECIOSO!!!!!! Gracias, gracias!!!!

    ….. hay que escribir más por fa!!!!
    Tqm

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  3. Y yo me apuntaré, Tat
    Flavius, yo no conozco Paris (una pena, ciertamente) Pero Orsay, sin duda es uno de los primeros que visitaré, sintiéndolo por la «supervisitadaGioconda». Pero tus palabras me han trasladado a la estación recordando una visita que jamás hice.
    También me has recordado a tu tía, muy pesadita en los museos 😉
    Contempla cada pincelada del cuadreo, memorizándola. Entiéndeme, yo tb, pero al igual que una novela, siempre estoy impaciente por ver qué más sorpresas guardan las galerías. Después vuelvo sobre mis pasos y repaso alguna obra. Pero jamás como Tat, eso es especialidad suya, y por lo que veo, tuya.
    Muchas gracias guapiña.

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  4. Estimada Flavia, gracias por escribir con tanta delicadeza y transportarnos a tus lugares favoritos, sin duda tienes un don precioso que sabes compartir.

    Tienes unos guías maravillosos, la Tía Tatiana es la compañía ideal para visitar una ciudad, un museo, una galería….. y una tasca.

    Desde Barcelona un abrazo querida.

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